Mi primer fin de año fuera
Cerca de las nueve de la noche volví a Lavapiés y allá, en la plaza donde está la boca del metro, me encontré con los alcoholicos de siempre, sentados en una banca y con los punks de todos los días, sentados en otra.
Como tenía tantas ganas de no estar solo, me metí en un café Internet. Leí el periódico La Jornada y platiqué con mi mamá y con mi hermano en un chat. Luego hablamos por teléfono, nos deseamos feliz navidad, nos dijimos que nos queríamos, que nos extrañábamos mucho y nos despedimos. En Xalapa eran a penas las dos de la tarde y mi abuela y mi mamá estaban con los preparativos de la cena de navidad. Pero a mí ya me había llegado la hora de la cena y no había preparado nada especial, lo único navideño que había comprado eran una botella de sidra y una barra de turrón.
Caminé hasta el viejo edificio donde estaba mi departamento. Entré a la sala y puse música para combatir el silencio. Me preparé una torta de jamón con queso, abrí la botella de sidra y cené mientras escribía muchas de las ideas que hoy componen este texto. Esa noche no lloré, no me sentía muy triste a pesar de que era la primera navidad que pasaba completamente solo. Cuando me derrumbé fue en la noche de año nuevo. Para entonces ya llevaba casi un mes lejos de casa, de Xalapa, de mi familia y mis amigos. Cuando pienso en esa noche de año nuevo, me veo llorando a mares al escuchar la voz de mi mamá en el teléfono. Recuerdo que casi no podía hablar, me sentía muy triste, muy solo y mi mamá me consolaba. Pobrecita, me imagino lo que feo que habrá sentido al oirme llorando, sabiendome solo a más de diez mil kilómetros de distancia.
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