Soy una raya en el mar
Los guardias del ayuntamiento cuidan la entrada. Los turistas se toman fotos junto a la escultura del “Oso y el Madroño”, postal típica de Madrid. De la boca del metro entre y sale gente. De pronto, Manu Chao canta otra estrofa de su canción: “Soy una raya en el mar, fantasma en la ciudad, mi vida va prohibida, dice la autoridad”. Los vendedores ambulantes comienzan a llamarse entre ellos, sus rostros denotan preocupación y entonces, todos tiran de una cuerda atada a los cuatro extremos de sus mantas. Sus productos quedan dentro, como en un costal y los vendedores se echan a correr. La gente que está cerca mira hacía todos lados tratando de entender qué es lo que pasa. Hasta que todo queda claro, aparecen unos policías que van detrás de los vendedores ambulantes.
Varias veces me tocó presenciar las persecusiones. El miedo y la determinación en los rostros de los prófugos me hacían sentirme muy triste. Me daban ganas de ayudarlos a escapar de los policías, de poder hacer algo más por ellos a parte de comprarles un disco de vez en cuando. Afortunadamente, la mayoría de las veces conseguían escapar, pero recuerdo mucho una vez en que los policías capturaron a uno.
El era negro, alto y delgado. Me imaginé en su lugar: preso por haber entrado en un país ilegalmente, por buscar ahí mejores condiciones de vida que las que dejó en su país. Pensé en los inmigrantes mexicanos ilegales en Estados Unidos. Era la misma historia pero en otra parte del mundo. Los mexicanos cruzan el río Bravo y los africanos el estrecho de Gibraltar, pero ambos son perseguidos por su calidad de ilegales.
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