Y comencé a extrañar
La estancia de Natalia en Madrid se prolongó de una semana a un mes. Durante ese tiempo, entre otras cosas organizamos un viaje a Portugal. Viajamos en autobús de Madrid a Lisboa y ahí estuvimos dos días recorriendo sus calles. Luego alquilamos un coche y nos lanzamos hacia la costa sur del país. Paramos en varios pueblos, en varias playas y luego nos agarró la noche. Como viajábamos en plan austero dormimos en el coche, al lado de un acantilado. El océano atlántico nos arrullaba con su rumor, el cielo estaba claro y las estrellas brillaban con intensidad. Al día siguiente nos bañamos en una playa por la mañana y el resto de la tarde la pasamos conociendo más nuestros cuerpos, probando la compatibilidad que había entre ellos.
Volvimos a Lisboa y de ahí a Madrid. Luego llegaron mi tía Lucía y mi abuela, desde México. Se quedaron en Madrid unos días. Natalia y yo salimos con ellas. Las tres se cayeron muy bien y yo estaba súper contento de encontrarme con mi abuela y con mi tía, de estar viviendo cosas tan lindas con Natalia. Tener a mi abuela para platicar, para abrazarla, besarla y recibir su cariño, me levantó el ánimo aún más; hizo que por un tiempo dejara de extrañar tanto a los demás que había dejado en México. Pero la visita de mi abuela y mi tía terminó cuando se fueron a continuar sus vacaciones recorriendo Europa. Natalia y yo nos quedamos solos otra vez, pero ella no tardo mucho en irse a continuar también con su viaje. Y yo volví a concentrarme, casi al cien por ciento en mis estudios; entonces me dí cuenta de que el dinero que tenía se estaba acabando más rápido de lo que yo había calculado. Entonces me sentí muy solo y comencé a extrañar.
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