Cerca del fin del mundo
Era 20 de agosto y hacía mucho calor en Madrid; pero en Estocolmo era lo contrario, hacía mucho frío. Para no padecerlo cambié las mangas cortas y mis bermudas por una sudadera, una chamarra y mis pantalones de mezclilla. Como habíamos quedado, Anna me estaba esperando. Mientras esperábamos a que nuestro tren partiera, salimos del aeropuerto para que Anna se fumara un cigarro; pues en Suecia está prohibido fumar en lugares públicos. El tren llegó y lo abordamos en el vagón de primera clase. Ya arriba, caminamos hasta el vagón de clase turista. Encontramos unos asientos y el tren comenzó a moverse en dirección norte.
Platicamos mucho y cambiamos de posición con frecuencia buscando estar más cómodos. Aunque habíamos pasado juntos varias noches y varios días en Irlanda, nos habíamos conocido a penas un mes atrás; así es que aún teníamos mucho por aprender uno del otro. El tren hizo varias paradas y casi en cada una de ellas, Anna bajaba a fumarse un cigarro, volvía y mientras reanudábamos nuestra conversación, el tren reanudaba su marcha. Recuerdo que una de esas paradas fue en Uppsala, la ciudad natal del director de cine sueco Ingmar Bergman; recuerdo también que escribí mucho en los ratos en que Anna se dormía y que a través de la ventana veía como pequeños conjuntos de casas de madera iban quedando atrás, como si los bosques los devoraran.
Recuerdo que iba lleno de amor para dar, lleno de esperanza, que estaba muy emocionado, feliz y en mi cabeza sonaba la voz de Bob Marley: ”I wanna love you and treat you rigth, I wanna love you, every day and every night, we’ll be together...” Anna dormía, yo la observaba y en mi cuaderno escribí lo siguiente: “Ahora se que el tiempo existe para vivirlo, nomás para vivirlo y vuelvo a sentir el tiempo como la vida porque la vida es tiempo. Con un pie en la tierra y otro en el cielo, porque el futuro será siempre incierto.”
Platicamos mucho y cambiamos de posición con frecuencia buscando estar más cómodos. Aunque habíamos pasado juntos varias noches y varios días en Irlanda, nos habíamos conocido a penas un mes atrás; así es que aún teníamos mucho por aprender uno del otro. El tren hizo varias paradas y casi en cada una de ellas, Anna bajaba a fumarse un cigarro, volvía y mientras reanudábamos nuestra conversación, el tren reanudaba su marcha. Recuerdo que una de esas paradas fue en Uppsala, la ciudad natal del director de cine sueco Ingmar Bergman; recuerdo también que escribí mucho en los ratos en que Anna se dormía y que a través de la ventana veía como pequeños conjuntos de casas de madera iban quedando atrás, como si los bosques los devoraran.
Recuerdo que iba lleno de amor para dar, lleno de esperanza, que estaba muy emocionado, feliz y en mi cabeza sonaba la voz de Bob Marley: ”I wanna love you and treat you rigth, I wanna love you, every day and every night, we’ll be together...” Anna dormía, yo la observaba y en mi cuaderno escribí lo siguiente: “Ahora se que el tiempo existe para vivirlo, nomás para vivirlo y vuelvo a sentir el tiempo como la vida porque la vida es tiempo. Con un pie en la tierra y otro en el cielo, porque el futuro será siempre incierto.”
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