Hace cinco años
Esa noche dormí acurrucado junto a mi mochila en el suelo del aeropuerto y afortunadamente, al día siguiente me colé en uno de los vuelos extras que la compañía había organizado para solventar la contingencia del 11 de septiembre. Durante todo el camino me fui bebiendo y platicando con varios de los mexicanos con los que había estado conviviendo en las últimas horas. Llegué a México y mi primo me recibió con un fuerte abrazo; Anna estaba dormida en su coche, había llegado un par de horas antes que yo y estaba cansadísima.
A pesar de que había dejado en Frankfurt un aeropuerto lleno de policías y sumergido en un ritmo mucho más agitado de lo normal, volvió a llamarme la atención el contraste entre el silencio y el ritmo lento de la vida en el aeropuerto alemán y el bullicio y el ritmo acelerado en el de México. Yo estaba feliz de vuelta, pero como ya me había acostumbrado a vivir rodeado por otros acentos y otras lenguas, me resultaba un poco raro escuchar a todos a mí alrededor hablando “en mexicano”. Observaba a la gente despedirse, fundirse en un abrazo, secarse las lágrimas, platicar, mirar sus relojes, encontrarse con la mirada, saludarse, sonreír. Ahí todo me parecía más lleno de vida, más alegre, más espontáneo, menos ordenado.
Caminamos al estacionamiento. Saludé a Mayka, la chava de Eduardo. Anna estaba acostada en el asiento de tras del coche. Abrí la puerta, la desperté acariciando su rostro. Me dio un beso y me abrazó. Guardé mi mochila, dejamos el estacionamiento y nos metimos en el intenso tráfico de la Ciudad de México. Nos dirigíamos a casa de mi tía Lupita, la mamá de Eduardo. Nos fuimos platicando todo el camino y al mismo tiempo, a través de la ventanilla, Anna y yo observábamos con atención todo lo que íbamos dejando atrás. El mismo paisaje visto desde dos puntos de vista muy diferentes. Para ella todo era más rápido, más ruidoso, menos ordenado, más sucio, novedoso, diferente. Para mí el ritmo, la temperatura, los colores, los olores; todo era cálidamente familiar, sin embargo no dejaba de contrastar lo que veía en México, con lo que había visto en Europa durante los últimos meses. Sentía que en mi se habían producido algunos cambios, que ya no era exactamente el mismo Rodrigo que se había ido un año antes. Me encontraba muy satisfecho con haberme ido y estar de vuelta. Me hacía muy feliz imaginarme el reencuentro con mi familia, con mis amigos.
2 Comments:
EUA y Europa no se comparan pero me hiciste recordar lo que es para mi regresar a Mexico cada año. No solo lo que me gusta sino lo que no extaño (como la basura, el graffitti, la falta de respeto al manejar, etc).
saludos!
:) Tus blogs son de lo mas original que he leido, como buenos veracruzanos no tenenmos pelos en la lengua... ahora que me vaya a veracruz me comere unas gorditas y unas empanadas a tu salud!!! Saludos
Yleana
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