Emigrante Veracruzano

Espacio abierto al diálogo entre las veracruzanas y veracruzanos que viven en otro Estado de la República, en otro país o en una ciudad que no es su lugar de origen dentro del mismo Estado de Veracruz. Espacio igualmente abierto para los familiares que esperan el regreso de los que emigraron y académicos estudiosos del fenónemo de la migración entre los veracruzanos.

sábado, febrero 10, 2007

Despedidas

El miércoles siete de febrero me fui de México. Esa mañana, al despertar me sentía muy apachurrado, gris. Me sentía tan guango que la mayor parte del camino entre Xalapa y México me fui dormido. Me sentía así como en la canción de Juan Gabriel: “prefiero estar dormido que despierto…”. Llegué al DF y el taxista que me llevó al aeropuerto logró ponerme de buenas con su conversación futbolera. Seguía sin querer irme, pero ya me había resignado. Había logrado motivarme pensando en que me dirigía a cumplir con la última etapa de mi vida en Europa.

Con la intensión de mantenerme conectado con mi país me compré tres revistas, las cuales pienso dosificar para que el placer me dure lo más posible. Hasta ahora sólo he leído una. Fueron dos números de La mosca en la pared y el Proceso de esa semana… bueno, también me compré el Ovaciones, pero ese me lo leí mientras me comía una torta cubana ya en el aeropuerto.

Después de comer caminé un rato por los pasillos del aeropuerto. Me cansé de caminar y me senté en el suelo, recargado en un pilar con mis maletas y una botella de agua medio vacía junto a mí. Vi pasar a varias parejas, a varias familias. Presencié varias despedidas, algunas lacrimógenas. Madres despidiendo a sus hijos, novias despidiendo a sus novios. Recordé la intensidad de las emociones que experimenté yo mismo cuando me fui por primera vez hace seis años. Observé a una pareja despidiéndose con un beso, diciéndose: te quiero, te voy a extrañar.

Iban a ser las seis de la tarde y mi vuelo salía a las ocho cuarenta y cinco de la noche. Traté de disfrutar al máximo mi último rato en México. Seguí observando a la gente que pasaba frente a mí, sus formas de andar, de expresarse, de mirar, de llorar, de reír. Me puse a escuchar música que cargué de la máquina de mi hermano y de mi hermana, la mayoría, baladas románticas de grupos pop.

De pronto me quedé con la vista perdida, veía el reflejo de muchas personas caminando sobre el suelo de granito del aeropuerto, veía muchos pies y muchas maletas arrastrando detrás de ellos. Recordé entonces algunos de los momentos más felices de mi estancia; me vi en compañía de mi mamá, de mis hermanos, de mi papá, de mi abuela, de mis amigos. Me transporté a los brazos y a la boca de la mujer que ya estoy extrañando… y de pronto, me desperté pensando en ella; pero me vi solo, sentado en el suelo del aeropuerto, esperando un avión que me llevaría lejos.


1 Comments:

At 3:28 p.m., Anonymous Anónimo said...

así, precisamente, es la vida del emigrado...

y como añoramos aquello que en su momento nos pareció aburrido, monótono no?

saludos!

 

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