Migración y Café
Reyno y sus compañeros eran cafeticultores del municipio de Atzalan, estado de Veracruz, una región usualmente rica, empobrecida a fuerza de políticas insensatas. Hasta hace pocos años, la migración a Estados Unidos proveniente de esa zona era poco común. Pero el precio del café se derrumbó, y también el de los cítricos y el del ganado, el plátano fue atacado por la mosca de la fruta, y sus habitantes siguieron la ruta que antes habían caminado los hombres del campo de Michoacán, Zacatecas y Jalisco. Para colmo de males, los cafetos se llenaron de broca. Miraron entonces la forma de irse “al otro lado” por alguno de los 3 mil 107 kilómetros que separan a los dos países. Y se engancharon con el pollero que los condujo a la muerte.
Tomas Navarrete, asesor de muchos años de la cooperativa que agrupa a parte de los cafetaleros de Atzalan y de Tlapacoyan, cuenta que la situación en la región es dramática y la gente está triste. En Sierras, Cuatro Caminos, Ojo de Agua, San Bartolo, Copalillo y el Tesoro, comunidades de ese municipio veracruzano, cerca del 70 por ciento de los habitantes se fueron, la mayoría a Estados Unidos. Se trata de una migración nueva. Antes la gente no necesitaba salir, al menos no como ahora. "Hasta Celso Rodríguez, Presidente del Consejo de Administración de la cooperativa se fue a trabajar a Arizona,” dice Navarrete, consternado.
La frontera se vuelve atractiva. Si se logra pasar -que muchos lo hacen- ganan 4 o 5 dólares la hora contra los cuarenta pesos diarios que pueden obtener aquí, si bien les va. En las comunidades cafetaleras las historias de éxito del otro lado son impactantes. Los migrantes regresan y mejoran su casa, echan un colado o ponen block en lugar de tablones de madera. Todo mundo lo puede ver y envidiar. En muchas zonas que no había migración, ahora es masiva. Los peligros, los malos tratos, el aislamiento que sufren es lo de menos. Al regresar hay una recompensa.
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