Arqueología personal
El primer año que pasé aquí en Suecia estuvo, por supuesto, lleno de descubrimientos. Hoy, seis años después me encuentro con un texto que escribí entonces... alguna tarde durante mis primeros meses en Östersund, Suecia. El texto es gris y melancólico... refleja la soledad que de repente sentía descurbiéndome en un mundo distinto al que hasta entonces conocía.
Extraño es el mundo en que vivo.
Extraño es el mundo en que vivo.
Extraño voces, rostros, abrazos, besos.
Estoy perdido, camino y no reconozco nada. Las calles, las personas, sus voces, todo me es extraño. Los latidos de la ciudad no coinciden con el ritmo de mi corazón, desgarrado por la soledad en que lo sume este mundo extraño. No comprendo el modo en que la vida fluye y me siento solo a pensar en la banca de un parque. No hace ni frío ni calor. El viento es suave. Intento reconocer alguna piedra, algún pájaro, el olor de alguna planta; sin embargo nada me es familiar.
El andamiaje de mi corazón se cae a cachos. Soledad. No entiendo nada, ni siquiera puedo explicarlo. Lo siento, me consume. Me altera. Vértigo. Quiero estar en calma y contarme lo que sucede. Contarles lo que siento. Pero pido paz y no me dan. No la encuentro. Hallarme con el mundo extraño me pone en estado de alerta. Me altera. Parpadeo. Intento encontrar la brecha que me saque de aquí. Un camino que lleve a mi montaña. Una grieta a la paz. Parpadeo. Respiro. El aire entra y sale por mi nariz. Se cuela al interior de mi cuerpo. Mis pulmones se inflan. Estoy perdido.
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