Era la Plaza Dos de Mayo y estaba repleta, habría entre quinientos y mil jóvenes. Todos bebiendo cerveza, vino o kalimocho, una mezcla de refresco de cola con vino tinto. Para mi era increíble y fabuloso que eso fuera posible. Había varios policías cerca pero ninguno decía nada porque cerca de mil jóvenes bebieran alcohol en esa plaza pública, porque hubiera incluso algunos fumando hachís. Y bueno, por qué habrían de decir algo si los jóvenes estaban a lo suyo sin molestar a nadie; claro no más allá de las molestias que les generaban a los vecinos de la zona el ruido y la basura de la fiesta.
Después Lenin y Carlos me llevaron a otra plaza, allá nos topamos con parejas de hombres cogidos de la mano, alguna pareja de chicas abrazadas cariñosamente. Recuerdo que en una esquina vimos una pareja de hombres parados uno frente al otro, abrazados, dándose un beso. Para mí todas esas imágenes eran totalmente nuevas. Gente bebiendo y fumando libremente en una plaza pública, además teniendo junto a varios policías, parejas homosexuales demostrándose su cariño sin inhibiciones en las calles.
Me pareció maravilloso que toda esa libertad fuera posible, por lo menos en esas plazas, en esas calles que transitábamos. Pensé entonces que sería fenomenal, que uno pudiera tomarse tranquilamente unas cervezas con los amigos en el Parque Juárez o en Los Berros de Xalapa. Pensé también en el amigo homosexual que tengo, en la falta de libertad que experimenta en Xalapa, para ser como le da la gana ser. Desde la plaza le llamé por teléfono a mi papá, para avisarle que ya estaba en Madrid, que todo estaba bien, que estaba contento en compañía de Carlos y Lenin, descubriendo, que como suponía, otras formas de ver el mundo y convivir en armonía son posibles.