Emigrante Veracruzano

Espacio abierto al diálogo entre las veracruzanas y veracruzanos que viven en otro Estado de la República, en otro país o en una ciudad que no es su lugar de origen dentro del mismo Estado de Veracruz. Espacio igualmente abierto para los familiares que esperan el regreso de los que emigraron y académicos estudiosos del fenónemo de la migración entre los veracruzanos.

domingo, octubre 22, 2006

El gobierno del cambio

Creció desempleo abierto 188 por ciento durante el sexenio de Fox

El número de mexicanos en calidad de desempleados que buscan trabajo pero no lo encuentran se elevó a casi un millón 800 mil personas, a dos meses de que concluya el gobierno que prometió generar más de un millón de puestos de trabajo durante cada año del sexenio, y alcanza un nivel dos veces superior al que tuvo en diciembre de 2000.

De acuerdo con el reporte dado a conocer ayer por el Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática (INEGI), sobre la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo a septiembre, el desempleo abierto registró un incremento de 188 por ciento durante el gobierno de Vicente Fox, a punto de concluir.

En diciembre de 2000, el organismo reportó que el universo de desocupados en el país se ubicaba en 612 mil 209 individuos; de tal manera que esta cifra registró una expansión de 188 por ciento en el sexenio, lo que representó que un millón 150 mil mexicanos se sumaron a la búsqueda de un empleo que no encuentran, sin considerar a las personas que decidieron abandonar el país para radicar en el extranjero.

La nota completa en:

www.jornada.unam.mx/2006/10/21/019n1eco.php


domingo, octubre 15, 2006

Los mexicanos y la música

"Los migrantes expresan en la música el temor de EU a la reconquista"

La música es una suerte de salvavidas para los mexicanos en Estados Unidos. "Creo que es su escape más fuerte", dice en entrevista Steven Loza, trompetista y etnomusicólogo, quien abrevó de ambas culturas y vive en Los Angeles.

De por sí, la música representa para los mexicanos mucho más que para los estadunidenses, explica el profesor de etnomusicología de la Universidad de California en Los Angeles (UCLA).

"Los mexicanos saben la música, memorizan las letras de las rancheras"; para los estadunidenses "la música no es prioridad.

"Cuando hablan de los países en desarrollo, ¿de qué hablan?, ¿de tecnología?, ¿de economía? ¿o de cultura? Porque de muchas maneras México es más avanzado que Estados Unidos. Culturalmente hay más desarrollo."

Los migrantes sufren una terrible explotación y necesitan expresar lo que viven. "Los quieren como esclavos
, pagarles mal y que vuelvan a México, porque no quieren tantos mexicanos, porque temen a la reconquista". California ya "es como otro país". Y es que, "¿cómo se puede comparar California con Alabama? Es otra forma de vivir". Los estadunidenses "tienen miedo, y los jóvenes músicos componen para expresar este conflicto".

La nota completa en:


sábado, octubre 14, 2006

A siete varos el kilo de chulada


Y ahí está mi abuela, comprando uvas en un mercado. Y acá estoy yo extrañando a mi abuela. Extrañando estar sentado en la misma mesa que ella, de preferencia, una en la que ella se haya encargado de preparar la comida. Veo los chiles y extraño sus salsas... en especial esa de chiltepín que le sale tan buena. Extraño las sobremesas del domingo, con mi mamá, mi abuela, mi tía Gilda y mis primos tomando café, yo, junto con mi hermano, dejando de lado el café para concentrarnos en alguno de los postres de fábula de mi abuela. Extraño las conversaciones que parecen interminables al atardecer, con la panza llena. Extraño las historias contadas ya mil veces, rescatando alguna anécdota de la vida de mis abuelos cuando eran jóvenes. Extraño el olor del café aunque no me lo tomara. Acá en Europa el café no huele igual, no sabé igual.


Cerca del fin del mundo

Era 20 de agosto y hacía mucho calor en Madrid; pero en Estocolmo era lo contrario, hacía mucho frío. Para no padecerlo cambié las mangas cortas y mis bermudas por una sudadera, una chamarra y mis pantalones de mezclilla. Como habíamos quedado, Anna me estaba esperando. Mientras esperábamos a que nuestro tren partiera, salimos del aeropuerto para que Anna se fumara un cigarro; pues en Suecia está prohibido fumar en lugares públicos. El tren llegó y lo abordamos en el vagón de primera clase. Ya arriba, caminamos hasta el vagón de clase turista. Encontramos unos asientos y el tren comenzó a moverse en dirección norte.

Platicamos mucho y cambiamos de posición con frecuencia buscando estar más cómodos. Aunque habíamos pasado juntos varias noches y varios días en Irlanda, nos habíamos conocido a penas un mes atrás; así es que aún teníamos mucho por aprender uno del otro. El tren hizo varias paradas y casi en cada una de ellas, Anna bajaba a fumarse un cigarro, volvía y mientras reanudábamos nuestra conversación, el tren reanudaba su marcha. Recuerdo que una de esas paradas fue en Uppsala, la ciudad natal del director de cine sueco Ingmar Bergman; recuerdo también que escribí mucho en los ratos en que Anna se dormía y que a través de la ventana veía como pequeños conjuntos de casas de madera iban quedando atrás, como si los bosques los devoraran.

Recuerdo que iba lleno de amor para dar, lleno de esperanza, que estaba muy emocionado, feliz y en mi cabeza sonaba la voz de Bob Marley: ”I wanna love you and treat you rigth, I wanna love you, every day and every night, we’ll be together...” Anna dormía, yo la observaba y en mi cuaderno escribí lo siguiente: “Ahora se que el tiempo existe para vivirlo, nomás para vivirlo y vuelvo a sentir el tiempo como la vida porque la vida es tiempo. Con un pie en la tierra y otro en el cielo, porque el futuro será siempre incierto.”


Pásele, pásele


Muchas veces acompañé a mi mamá al mercado; supongo que como cualquier otro niño. Aunque solíamos ir al salir de clases y yo me encontraba cansado, después de pasar toda la mañana en la escuela, recuerdo que me gustaba hacer compras en el mercado. Recuerdo con cariño a los marchantes gritando ingeniosamente para llamar la atención de los compradores. Recuerdo que a mi mamá la llamaban "güerita". Me veo caminando junto a mi mamá, transitando los pasillos olorosos. Todo verde, rojo, amarillo, anaranjado, todo muy frutal, muy verdura. Y ahí estaba yo, el hijo de la "güerita", inhalando los aromas hierberos del mercado, esquivando algún charco de agua puerca, estancada, observando a algún perro sacudiéndose las moscas con la cola, olisqueando por doquier.

Ahora, veo a mi mamá con mi tía Gilda en esta foto, terminando de comer, en un mercado de Tlaxcala. Mi tía, como siempre, sacando un Benson y mi mamá, limpiándose las manos... a lo mejor primero se las embadurnó de limón, para cortar la grasa... un clásico de mi mamá. Ahí las veo y se me antoja, estar sentado al lado suyo, en un mercado en Tlaxcala, en el DF, en Amecameca, en Coatepec, en Xalapa, donde sea. Pero ahí al lado suyo, comiéndome algo sabrosón, metiéndole candela al cuerpo, energía. Compartiendo con ellas los olores, los sabores, todo lo que ofrezca el mercado en turno.


viernes, octubre 06, 2006

Vuelvo al verano de 2001

Llegamos a Dublín y me dejó en una estación de autobuses para que tomara por 3 libras con cincuenta el autobús de dos pisos hasta el aeropuerto. Mientras esperaba el autobús me comí una de las tortas con queso amarillo y jamón que había preparado para el viaje. De postre me comí un chocolate que me había regalado para el viaje Ana la catalana. Abordé el autobús y viajé en el piso de arriba para ver un poco más de Dublín. Finalmente, a las seis y media de la tarde de ese domingo llegué al aeropuerto; pero mi vuelo no saldría sino hasta las seis cuarenta de la mañana del lunes.

Encontré un asiento libre, acomodé mi mochila en el suelo y me puse a leer. Cuando me cansé de leer, observé a la gente pasar. Y cuando me cansé de observar a la gente ya tenía sueño. El resto de la noche me la pasé tratando de dormir, al tiempo que cuidaba mi mochila. Dejé el asiento y me acosté en el suelo junto a otros viajeros. No pasé muy buena noche, pero desperté, desayuné la torta que me quedaba y gasté mi última libra en un refresco frío. Por fin a las 6 con 20, comencé mi viaje a Madrid.

Esa noche llamé a Suecia. Hablé con Anna y quedamos en que le volvería a llamar tan pronto comprara mi boleto a Estocolmo. En medio de la conversación me dijo que extrañaba mi compañía. Y me dio gusto pues yo también extrañaba estar con ella, despertarme y sentirla junto a mi, acariciar sus hombros, sentir su primera mirada del día clavarse en mis ojos. Extrañaba caminar con ella de la mano, descubrirla, conocerla, conocerme con ella, probar juntos nuevos trucos amorosos.

Afortunadamente no estuve mucho tiempo en Madrid, conseguí un vuelo barato y dos días después de mi llegada volví a partir. Crucé Europa y llegué a Estocolmo donde Anna me esperaba. Fue mágico saborear ese instante de plenitud ganado con osadía, ser conciente de estar viviendo un sueño loco; pues nos habíamos conocido a penas mes y medio atrás y nos habíamos besado antes de preguntarnos nuestros nombres. Fue muy lindo abrazarnos con la satisfacción de estar cumpliendo nuestro capricho: encontrarnos de nuevo.


¿No estamos hechos para emigrar?


Aquí estamos tres de cuatro. Tejiendo en nuestro andar recuerdos, que ahora me hacen más ligero el otoño. Ahora, que los pantalones cortos son un recuerdo y el olor a leña quemada en las calles parte del presente. Leo La Jornada on line y aparece el actor Daniel Giménez Cacho, hablando de su última película y del presente mexicano. Él nació en España, pero creció en México. Ya como actor probó suerte en España; y entre sus palabras encuentro unas frases que resuenan en todos mis rincones:

"Los mexicanos no estamos hechos para emigrar", aseguró el actor, para quien "el caos, la desigualdad social y la injusticia generan muchísima creatividad y muchísima vitalidad". "Eso da mucha energía y hay muchas historias que contar. Hay mucho que hacer", agregó.