Valeria, la maestra, nos presentó la película. La vimos, la comentamos, la comparamos con otras películas italianas de la época y luego de casi cuatro horas, terminó la clase. Había llegado la hora de una pausa. Pacho, un estudiante colombiano, y yo seguimos hablando de cine camino de la Facultad de Filosofía y Letras, que estaba a cien metros del edificio donde tomábamos clase.
Primero iríamos a ver a un maestro a su despacho y luego, a comer algo. Entramos al edificio de la Facultad y enseguida nos dimos cuenta de que estaba pasando algo fuera de lo común. Los pasillos estaban repletos de gente y había tramos donde era casi imposible caminar. Una densa nube de humo flotaba sobre el mar de cabezas. Había grupos de jóvenes conversando en casi todos los rincones y se respiraba un aire festivo, además de un fuerte olor a marihuana.
Entre los grupos de estudiantes había punketos, rastas, greñudos metaleros, darketos, fresas y jipiosos. Pero a pesar de sus diferencias estilísticas, su actitud desenfadada y festiva era la misma. Todo era buen humor, sonrisas, cantos, conversaciones. Botellas de cerveza de litro pasaban de unas manos a otras, de una boca a otra. Con los cigarrillos ocurría lo mismo, dos tres caladas y rolaba hasta consumirse; entonces aparecía otro, se encendía, se fumaba, una nubecita de humo se expulsaba y el cigarro cambiaba de mano.